Boxeo criollo

En la lona

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La historia del box argentino tiene sus glorias. El presente no. Poco público, profesionales mal pagos y campeones levemente “truchos” perfilan una decadencia que podría cambiar a partir del boxeo amateur, mientras se inaugura la experiencia inédita del box femenino.

"Mi mujer nunca vio boxeo. Los días de mis peleas se iba a la iglesia y el sacerdote dejaba la capilla abierta para poder ir al Luna Park. La noche del último enfrentamiento con Gatica, quedaron más de seis mil personas en la calle. Fui al Luna a las ocho y media y recién pude entrar a las once de la noche. Bouchard era un hormiguero. Entre los que me palmeaban porque eran hinchas y los que me golpeaban porque eran contras, casi tengo que entrar en camilla.”

Así recuerda Alfredo Prada el duelo que separó las aguas de la afición pugilística hace medio siglo. Uno más, de épocas doradas, como Lausse-Selpa, o Bonavena-Peralta. Ése era el ambiente local. Lo internacional llegó con los títulos que ganaron Pascual Pérez, Horacio Accavallo, Nicolino Locche, Carlos Monzón, Víctor Galíndez, Juan Martín “Látigo” Coggi y Jorge “Locomotora” Castro, por citar a algunos.

Sin embargo hoy, a pesar de que las entidades mundiales se multiplican como hongos después de la lluvia, el boxeo argentino anda empobrecido. Jorge “La Hiena” Barrios, Darío Matteoni y Ramón “Chilavert” Brítez son los únicos campeones actuales. Pero la última pelea de Barrios fue en Titanes en el Ring, contra Caín de Chechenia. Matteoni cumplió 40 años y, para colmo, sólo son reconocidos por la devaluada UMB (Unión Mundial de Boxeo), un sello de goma entre la decena de instituciones (CMB –Consejo Mundial de Boxeo–, AMB –Asociación Mundial de Boxeo–, FIB –Federación Internacional de Boxeo y OMB –Organización Mundial de Boxeo– son las más representativas) que reparten más de cien títulos. En el caso de Brítez, la Organización Internacional de Boxeo (IBO), como la UMB, no está reconocida por la Federación Argentina de Box (FAB) y no les exige a sus campeones defender sus títulos.

En ese panorama Raúl Balbi y Alberto “Lobo” Sicurella, entre los livianos, el mendocino Pablo Chacón dentro de los plumas y el bonaerense Marcelo Domínguez entre los cruceros, esperan sus oportunidades. También aguardan Horacio “Cacique” Chicagual –el indio de Trelew, descendiente directo de mapuches– y Diego “Rocky” Giménez –el matador de Bell Ville–, ambos invictos con un definido perfil de ídolos, que se proyectan actualmente como las mayores promesas del boxeo argentino.

Otros fenómenos son, indudablemente, más publicitarios: el cordobés Fabio “La Mole” Moli, a pesar de sus limitaciones, mete ocho mil espectadores en cada una de sus presentaciones. Y sigue vigente el inoxidable santacruceño Jorge “Locomotora” Castro: aunque sus 81 nocauts son todo un récord para Sudamérica, si le pagan bien puede hacer una pelea de catch.

La palabra que sobrevuela todos estos datos es decadencia. Pero el boxeo está en terapia intensiva en todo el mundo. Quienes ofrecen garantía de espectáculo y recaudaciones son muy pocos: Mike Tyson y su eterno retorno –el quinto, cuando encuentre rival– y la posible revancha entre el puertorriqueño Félix Trinidad y Oscar de la Hoya para regocijo de los promotores, Bob Arum y Don King.

Luna y Colón

“Hoy cualquiera es campeón del mundo. Salvo la Asociación y el Consejo, las demás organizaciones no existen. Sólo otorgan cinturones”, dice Juan Carlos Pradeiro, el “segundo” de la sangrienta pelea que Víctor Galíndez le ganó a Richie Kates por nocaut en el round 15 en Johannesburgo, Sudáfrica, el 22 de mayo de 1976. Hace 25 años. 

“En esos tiempos, si un boxeador tiraba veinte golpes por round estaba hecho. Hoy, si no tira más de cien, mejor que no suba al ring. Antes, al Torneo de Aptitudes venían el papá, la mamá, la tía, la novia. Ahora, con tanta televisación, ni los boxeadores vienen”, exagera Luis Ángel Robles, licenciado en Historia del Arte, ex boxeador y actual secretario de la Federación Argentina de Box. Las peleas que transmiten TyC Sports y Azul tienen un promedio de 2 puntos de rating: equivalen a más de cien mil personas, una cifra nada despreciable. 

“Las comparaciones en el tiempo no son válidas”, se enoja Osvaldo Rivero, el promotor de Coggi, Castro, Julio César Vázquez, Carlos Salazar, Hugo Soto y Marcelo Domínguez, campeones mundiales que resucitaron al boxeo argentino en la década del ’90. “En los ’60, no había televisación (n.de la r: se emitía Entre las sogas). Por eso se llenaba el Luna Park. Pero en los ’90, tuvimos cuatro campeones mundiales al mismo tiempo, lo que sirvió para fortalecer la actividad, aunque el periodismo y la historia del boxeo argentino todavía no lo hayan reconocido.”

Para los especialistas, el punto de inflexión tiene una fecha: el 16 de octubre de 1987, el día en que Tito Lectoure, hacedor de 12 de los 24 campeones que tuvo el país, decidió dedicar el Luna Park sólo a espectáculos artísticos. “Y el Luna para el boxeo era como el Teatro Colón para la ópera”, sentencia Juan Carlos Pradeiro.

Los invictos truchos

El 4 de septiembre de 1965, cuando Oscar Bonavena se enfrentó con Gregorio Peralta, el Luna Park batió récords: 25.236 espectadores. Ringo tenía un magnetismo especial. El 7 de diciembre de 1970 peleó con Cassius Clay en el Madison de Nueva York, y la transmisión alcanzó aquí un pico histórico de 79,3 puntos, sólo superados 20 años después por los 82 puntos del partido Italia-Argentina en el Mundial ’90.

“La gran responsable de la decadencia es la TV, que cada vez necesita más peleas por títulos. Ahora hay 68 campeones mundiales, pero los buenos son ocho, como siempre. Hay jóvenes con condiciones, pero muchos le escapan al gimnasio. A un pupilo que se quejaba, le dije que él hacía 9 minutos de bolsa pero que es peor hombrearlas todo el día en el puerto”, declaró Amílcar Brusa, el entrenador de Carlos Monzón, antes de emigrar a Miami, harto de los problemas del boxeo local.

“El boxeo es como una carrera universitaria. Hay que hacer estudios primarios, secundarios y terciarios. Los boxeadores de hoy tiran dos izquierdas, una derecha y ya se creen con derecho a ganar dinero. Hay muchos que hablando son matahombres, pero sobre el ring son un cero a la izquierda”, define Alfredo Prada.

La razón por la que los boxeadores nacionales son candidatos a la guillotina cuando pelean en el exterior es que a los mejores no los enfrentan entre sí (salvo la pelea que, entre los dos mejores livianos argentinos, Raúl Balbi le ganó a Alberto Sicurella; excepción que confirma la regla). La estrategia consiste en no perder el invicto, para lo cual realizan combates irrelevantes que no les permiten evolucionar, hasta que les toca un rival en serio. Y así les va. Eduardo Cirujano Morales, Carlos Ríos, Juan Cabrera y Remigio Molina, por citar sólo a algunos, perdieron por nocaut sus chances mundialistas.

“En 1947, cuando boxeamos el finado Gatica y yo, mi sueldo era ciento veinte pesos por mes. Doscientos ganaba un gerente de banco. Yo cobré, libre de todo gasto, siete mil cuatrocientos dos pesos con cincuenta centavos.” Prada no exagera: con una buena bolsa, un boxeador se compraba casa o auto. Hoy, cuando Héctor Ricardo Sotelo ganó el título de los medio pesados cobró mil quinientos pesos limpios gracias a que Amílcar Brusa, su entrenador, no le quiso cobrar su porcentaje.

¿Usted ha sido negro?

“Aquí se taló el bosque cuando no tuvimos boxeo amateur. Hoy sí lo hay, y en cinco o seis años lo vamos a ver. Y no van a ser uno o dos, sino diez o doce los campeones mundiales”, pronostica Luis Alberto Robles. El trabajo a largo plazo de la FAB con los boxeadores amateurs comenzó a dar resultados cuando Pablo Chacón obtuvo la medalla de bronce en Atlanta ’96 y Hugo Garay (81 kilos, medalla de plata), Sebastián Ceballos (91 kilos, medalla de plata), Ceferino Labarda (54 kilos, medalla de bronce) e Israel García, (57 kilos, medalla de oro y mejor boxeador del torneo) consiguieron otras cuatro en el Mundial Sub 19 que se organizó en el país.

En la Argentina hubo mil cien boxeadores profesionales. Hoy hay seiscientos, y seis mil son aficionados en actividad que en gran parte provienen de las clases más humildes. “Se pelea por necesidad y no por vocación”, sentencia Rivero. “El boxeo ofrece una profesión a los hombres que de otro modo tal vez cometerían asesinatos por las calles”, sintetizó el escritor estadounidense Norman Mailer en El combate. Jack LaMotta, Rocky Graziano, Floyd Patterson, Sonnie Liston, Héctor Camacho y Mike Tyson son ejemplos. Aprendieron box en la cárcel y dan uno de los argumentos típicos para no abolir la actividad: salida laboral y válvula de escape aceptada para la juventud marginal en los Estados Unidos, principalmente negra e hispana. 

“Los boxeadores queremos demostrar que quienes salen de la pobreza no siempre roban bancos y violan mujeres, y que de los presos casi ninguno es boxeador”, sostiene el ex campeón Sergio Víctor Palma. “Es duro ser negro. ¿Has sido negro alguna vez? Yo fui negro una vez... cuando era pobre”, ironiza Larry Holmes, ex campeón de los pesados y uno de los más ricos: ganó 99 millones de dólares a lo largo de su carrera. “Es un deporte terrible, pero es un deporte. La lucha es por la supervivencia”, definió otro ex campeón, Rocky Graziano.

El periodista Ulises Barrera siempre dice: “El público de boxeo es un conjunto de flojos que pelean por delegación”. Una cosa es segura. El boxeador siempre está solo, como supo filosofar el sabio Bonavena: “Todos te dicen ‘dale Ringo’, te golpean la espalda y te alientan. Pero después subís al ring, se apagan las luces y hasta el banquito te sacan”.

“La tigresa”: uppercuts y tacos altos

Peleó cuatro años, y no sólo contra sus rivales, pero finalmente ganó. La formoseña Marcela Eliana Acuña no es de las que descubrieron en el boxeo una forma de endurecer glúteos y piernas. A “La Tigresa” –apodo que le puso Ramón Chaparro, su maestro, entrenador y marido– el pugilato se le reveló como una salida económica al convertirse en la primera hispanoamericana en disputar un título mundial de boxeo femenino. En 1997 perdió ajustadamente frente a la estadounidense Christy Martin en los Estados Unidos. Pero recién el 23 de marzo último la Federación Argentina de Box oficializó la actividad, por lo que Marcela venía peleando hace cuatro años. Es la primera boxeadora profesional argentina. Estrenó su licencia en la FAB derrotando por puntos a la estadounidense Jamilia Lawrence.

Marcela sube y baja del ring pintada, va arreglada al gimnasio y puede llegar a calzar tacos para pasear con su marido y sus dos hijos. Es muy femenina, pero con su uppercut le rompió un diente a la campeona del mundo. Mide 1,64, pesa 61 kilos y en las prácticas ha hecho tambalear a hombres hasta diez kilos más pesados que ella.

“El boxeo femenino tardó en reglamentarse porque los dirigentes son hombres y hablaban de la protección en el pecho y el riesgo de poner en peligro un embarazo. Pero todo eso tiene solución. Desde los ocho años que hago deportes rudos, como el full contact y el boxeo. Nunca me lastimé ni usé protectores. Pegar en el pecho está prohibido. Por eso, cumplir con el reglamento está en la mente de cada una de nosotras, que nos cuidamos de no apuntar hacia el pecho sino al estómago, el hígado o la cara.”

Se levanta a las 5 de la mañana, corre 8 kilómetros, hace 500 abdominales dos veces por día, sombra bolsa y guantes. Al principio, en Buenos Aires, se sintió discriminada: “Me miraban como a un bicho raro. A veces me pegaban más fuerte de lo debido, pero cuando comencé a entrenar intensamente me ayudaron mucho para que pudiera aprender”. Pertenece a Atletas de Cristo, agrupación religiosa de deportistas, y cuando vuelve golpeada de las peleas tiene recompensa: “Maximiliano y Josué, mis dos hijos, son los que me ponen hielo y me hacen mimos”. Le gustaría la revancha con Martin: “Pero no creo que me la dé. Me ganó muy ajustadamente, y me parece que me tiene miedo”. 

destino cruel

¿Por qué los boxeadores terminan tan mal?, es la pregunta que alimenta el mito de la muerte trágica y temprana de sus principales figuras. Al repasar la evolución del boxeo argentino queda una única certeza: entre el destino y la casualidad, muchas historias terminaron demasiado antes de tiempo.

Fecha Edad Lugar Causa

Justo Suárez 10/08/38 29 Córdoba Tuberculosis

José M. Gatica 12/11/63 38 Buenos Aires Arrollado por un colectivo

Oscar Bonavena 22/05/76 33 EE.UU. Asesinado por la espalda

Víctor Galíndez 26/01/80 31 Buenos Aires Atropellado corriendo TC

Carlos Monzón 08/01/95 53 Santa Fe Accidente automovilístico

Uby Sacco 28/5/97 41 Buenos Aires Sida

Muerte en el ring

“Para subir al ring ya hay que tener algo malo en el cerebro.” Firmado: George Foreman. “Pero nadie estudia, por ejemplo, que en el fútbol un defensor rechace una pelota que viene a 60 km/h con un peso de 1,700 kg que por efecto de la gravedad se eleva a 10 kilos”, se queja Hugo Rodríguez Papini, director médico de la FAB. “¿Cuánto masoquismo tiene que haber para correr los 42 kilómetros de un maratón o conducir a 250 km/h?”, pregunta el ex campeón Sergio Palma cuando se critica la violencia del boxeo. “¿No es más violento coartar la libertad de trabajo de un boxeador?”. Un estudio de la Asociación Médica de los Estados Unidos calculó que el 87 por ciento de los boxeadores padece algún grado de lesión cerebral a lo largo de su vida, y que un puñetazo de un pesado lleva la fuerza de cuatro toneladas, que el cerebro tiene que absorber de algún modo. O no. Once son los argentinos muertos mientras boxeaban. El primero fue Kid Uber (1929), tras un empate en el Luna Park. El último fue Sergio Abel Soto (19/10/2000) al resbalar y golpear su cabeza contra el piso del ring mientras se entrenaba. La lista de los fallecidos se completa con Julio Lucero (1955), Juan Oro (1958), Santos Galván (1958), Alejandro Lavorante (1962), Adrián Servín (1964), Mario Palladino (1969), Rubén Loyola (1974), Carlos Sosa (1977) y Wilfredo Andrade (1992). En el mundo, la cifra de muertos en el ring trepa al medio millar desde 1918.

Ringo, 25 años después

Por Ezequiel Fernández Moores

Zulma Faiad, que trabajó con él en el teatro de revistas, dijo una vez que Ringo Bonavena le hacía recordar a Martillo Hammer, “ese grandote divino que siempre está con la pistola haciendo desastres”. 

Es cierto que Bonavena ofrecía lo peor del típico “porteño piola”. Es decir, más pícaro que inteligente, fanfarrón, racista, nacionalista de cabotaje y gorila (pese a su familia peronista). Pero fue también un gran ingenuo, un incordio con cuerpo de mastodonte y voz de pito, que quiso hacerse el vivo con la mafia y que por eso terminó asesinado en las puertas de un prostíbulo de Reno, Nevada, hace veinticinco años, el 22 de mayo de 1976.

Zurdo, retacón y de pies planos, Bonavena, “un extraordinario fenómeno de la naturaleza”, según lo definió el periodista Ulises Barrera, se ganó un espacio casi cuarenta años atrás, cuando el boxeo argentino consagraba a campeones como Horacio Accavallo, Nicolino Locche, y Carlos Monzón. Él jamás fue campeón mundial, pero lo tiró a Joe Frazier y una noche gloriosa de diciembre de 1970, que marcó 79 puntos de rating, le aguantó 15 rounds a Muhammad Alí, Cassius Clay, el más grande boxeador de todos los tiempos. Sin embargo, su ingreso a la galería de los mitos, a la necrofilia nacional, se produjo con su muerte, una historia de mafia, prostitución y drogas, digna de Hollywood. 

“¿Puede ser Ringo el arquetipo de esta sociedad?”, se preguntaba en aquellos días de entierro popular el entonces periodista Rodolfo Terragno en su revista Cuestionario, que cerró sólo horas después, agobiado por la censura militar. Algunas de sus máximas hicieron historia: “La experiencia es un peine que te dan cuando te quedás pelado”.

Boxeador, cantante, modelo, showman, personaje y comparsa del jet set, Bonavena fue una invención de sí mismo. Visionario, cada vez que promovía un escándalo pedía a gritos que llamaran a Crónica, el diario de su amigo Héctor Ricardo García. En sus tiempos, no había representantes, Internet, ni TV de cable. Pero él, que pedía la privatización de los teléfonos mucho antes que Bernardo Neustadt, sabía que los medios eran el mensaje.

“Tengo diez puntos en picardía, dos en inteligencia y diez en viveza”, se definía a sí mismo. “A Ringo Bonavena –decía– lo hice yo. Ya no es como antes. A los boxeadores antes los miraban como a locos, tarados o borrachos. Ya no somos más gladiadores, ahora somos artistas”. Enfrentó al negocio del boxeo. Pero también fue su cómplice. Admiró a Estados Unidos. Allí fue asesinado. A lo Martillo Hammer. Siempre haciendo desastres.

Bonavena puro

Peleando ante Joe Frazier, en 1968, Ringo recibía una dura paliza. Pero en el rincón, Héctor Nesci, su entrenador, lo alentaba: “Vamos bien, seguí así que estamos fenómeno”. Así, cada round, hasta que Ringo no aguantó más: “Bueno, che, entonces miren al juez porque acá alguien me está c… a palos”.

En 1971, su amigo, el general Alejandro Lanusse, lo invitó a la Quinta de Olivos a la boda de su hija Estela con el folclorista Roberto Rimoldi Fraga. “Con su guita y mi pinta –le dijo al entonces presidente de facto– sería el hombre ideal.” Una mujer le pidió un autógrafo, pero el bolígrafo no andaba. “Dele aliento”, sugirió la dama. “¡Y dale, dale Parker!”, respondió Bonavena.

Graciela Borges una vez le pidió que cantara “Pío Pío”, esperpento que fue un éxito de ventas. “Te escuché por la tele y quería oírte ahora”, dijo ella. “¿Cómo? ¿Me oíste cantar y todavía no escarmentaste?”

Texto: Jorge Carlos Fritzsche
Foto: Alejandro Lipszyc | archivo


Imprimir | la reproducción de las notas solo se hace a modo ilustrativo. Los derechos de la mismas pertenecen a la revista Nueva | Publicado el domingo 20  - 05  - 2001