En su SALSA

Enrique Pinti

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Es medio de una gira por el interior del país, el ácido humorista repasa para Nueva la "samantización" de la televisión, la Evita de Alan Parker y hasta la industrialización de la aceituna.


"Se reconoce como un porteño con asfalto adherido a la corteza cerebral y piensa que una cirugía estética a los cincuenta y siete años sería tiempo perdido y plata tirada a la calle. En su adolescencia pensó en ser sacerdote, profesor de Castellano y Literatura hasta que descubrió el teatro. Empezó escribiendo para los demás hasta que protagonizó Salsa Criolla: una catarsis de la historia nacional que hicieron tres millones de argentinos a lo largo de una década. Récord absoluto para nuestro teatro, el espectáculo incluso fue elogiado por dos diarios norteamericanos: The New York Times y The Washington Post, que lo recomendó para quienes buscasen conocer a fondo la Argentina."

-Pepe Biondi se reconocía más porteño que la penuria de viajar en colectivo. ¿Con usted pasa algo parecido?

-Sí, pero más que porteño, soy ciudadano. Un ciudadano que a diferencia del resto de los habitantes de las grandes urbes no entiende al campo como un paliativo para el estrés de la ciudad. Yo no tolero el campo, me vienen ataques de nervios ante tanto verde. El campo está bien para un día de asado, siempre y cuando la casa sea muy confortable y parecida a mi departamento. Puedo llegar a ir si no hay agua de pozo, porque me hace c... hasta el apellido paterno de mi tatarabuela, y si me aseguran que durante la noche se van a callar todas las voces de la naturaleza, que no me dejan dormir. Es curioso, yo vivo en un primer piso y sólo puedo conciliar el sueño con el ruido de los colectivos que pasan casi por encima de mi cama. Con ese entorno soy feliz porque quiere decir que hay gente viva alrededor de mí. Pero si tengo que estar en el campo y escuchar todo ese quiquiriquí, el relinchar de los caballos y ese alimañerío de grillos y culebras, me vuelvo loco. Todo ese tipo de cosas me parecen muy bucólicas y me encanta que formen parte de la naturaleza. Creo que cuanto más campo y verde haya, más se va a poder conservar la ecología del mundo... pero a mí déjenme en este .epicentro de polución y ruido. No puedo vivir sin la luz de neón, el asfalto, los teatros y los cines. Yo lo asumo, no soy un buscador de tranquilidad.

-¿Y cómo se siente en las giras por el interior, cuando se topa con esos paisajes bucólicos a los que no está tan acostumbrado?

-Generalmente voy a ciudades del interior por dos o tres días y es precioso. Incluso cuando estoy más en contacto con la naturaleza voy al hotel y me asomo por la ventana para ver pasar los colectivos y los coches y no perder la costumbre. Tilcara, la Puna, Tafí del Valle, los lagos del sur, las Cataratas y su tierra colorada; todo eso es maraviIloso. Además, a uno le vienen como ataques patrióticos cuando mira esos paisajes y pone en la balanza todo lo que se está perdiendo al nó ir. Esos lugares tendrían que ser una salida económica para el país; estar llenos de turistas y no de unos pocos alemanes o norteamericanos a quienes engrupieron con el Machu Picchu y les dijeron que siguieran para abajo un poquito más.

-¿Cómo es el espectáculo?

-Se llama Pinti 97, dura una hora y media y lo presento en todo el interior del país hasta fines de septiembre (recuadro). El programa incluye el monólogo de El Infierno del Pinti, donde el profesor trata de armar el ser nacional en su laboratorio, y el de Salsa Criolla, en el que le explico a un norteamericano cómo se constituyen los partidos políticos argentinos. Al principio, en el medio y al fmal, todos los monólogos están teñidos de actualidad.

-¿Qué temas de actualidad trata en Pinti '97?

-Todos: las frases del Presidente, la clonacíón, Samantha, los vídeos, Cúneo Libarona, Cabezas. En fin, todo lo que esté pasando o tenga vigencia, porque la gente se olvida en dos minutos de las cosas. Si hablo de la pista de Anillaco puede ser que todavía se acuerden, pero no de las aceitunas que se pensaban exportar desde allí. Cuando en marzo dije lo de la industrialización de la aceituna por primera vez, en Mar del Plata, se cayó el teatro de las carcajadas. Claro que si el chiste lo tengo que explicar, pierde su gracia y no sirve.

-¿Qué sintió cuando el Washington Post recomendó Salsa Criolla en su página de turismo para quienes buscasen conocer a fondo la Argentina?

-Sentí que estaban en lo cierto. Cuando uno empieza a analizar su país sin tener una formación académica en Ciencias Políticas, piensa que a lo mejor sus opiniones son simplistas. Pero cuando alguien viene de un país tancomplejo como los Estados Unidos y dice que al único que entendieron fue a mí, quiere decir que estoy hablando en una clave universal. Ni buena ni mala, sino universal. The New York Tmes, La Reppublica de Roma y El País de Madrid les aconsejaron a sus lectores que si querían saber qué había pasado en la Argentina fueran a ver Salsa Criolla, en donde iban a encontrar a un tipo que, sin pelos en la lengua, les iba a contar la historia. Por un lado me hace sentir muy orgulloso, pero también me desespera porque quiere decir que tengo la misma visión turística que esos diarios extranjeros. Como yo, nadie de los que vienen de afuera se explica cómo puede estar así un país tan rico y maravilloso, con una rica herencia cultural y sin problemas raciales ni guerras. Cuando llegan a la Argentina creen que van a encontrar la misma estructura de Guatemala, Nicaragua u Honduras. La ciudad de Buenos Aires los hace caer de espaldas: no por los shoppings, sino por las pautas culturales que manejan los argentinos. Le pasó a Alan Parker cuando insistió en poner la cabeza en la guillotina al venir a filmar Evita. Lo dice en su libro de notas sobre el rodaje: "El clima de Buenos Aires no lo podía conseguir en ninguna otra ciudad". Si se fue a Budapest fue nada más por una cuestión de costos y porque sabía que lo iban a matar a golpes si demoraba su estancia aquí. Después no logró plasmar ese clíma en la película porque hay demasiadas palmeras y muchedumbres de eslavos. Parece cualquier ciudad del mundo menos Buenos Aires. Uno termina de ver la película y se pregunta dónde m... la filmó. Parker es un tipo sensible y entendió que este país tiene una cosa mágica, desagradable, genial, impresionante e indefinible al mismo tiempo. Seduce de una manera difícil de explicar.

-¿Las de Salsa Criolla fueron 2.972 representaciones exactamente?

-Exactamente. Dijimos tres mil por exagerar porque faltaban veíntípico nada más. Fue vista por tres millones de personas, a lo largo de diez años seguidos.

-¿La Argentina sigue siendo un país tartamudo?

-Sí, sigue siendo un país que repite su pasado. A pesar de todo, se van cayendo un montón de velos con mayor rapidez de lo que se caían antes, como sucede con la justicia y la policía. Aunque uno lo haya sabido toda la vida tenía la leve esperanza de que nada de eso fuera cierto. Ahora todo eso, tan podrido y enviciado, salió a la luz y uno piensa: "¡Qué papelón!". El país sigue estando tartamudo, pero su tartamudez es cada vez más dramática.

-¿Cómo se puede seguir viviendo en un país en esas condiciones?

-A mí me va muy bien, de todo este q... siempre saco un espectáculo y tengo la suerte de que la gente lo vaya a ver al teatro. A lo mejor digo que me quedo porque me va muy bien, porque

no tengo otro lugar donde ir a trabajar o porque es el único donde me van a entender. O quizá me quedo porque tengo cincuenta y siete años y no estoy para irme a ningún lado. No sé por qué pero uno tiene veinte mil razones para quedarse. En su medida, creo que cada uno de nosotros, yéndole peor o mejor, también siente lo mismo. Este país tiene un fuerte grado de pertenencia. Toda la vida hemos sido muy de mirar hacia afuera, pero creo que ahora estamos muy comprometidos con lo que ocurre y nos sentimos cada vez más responsables. Por eso no nos podemos ir.

-¿Qué Lo saca de las casillas?

-A mí me dan bronca (y me hacen reír también) la estupidez y la pobreza de pensamiento del género humano. Me sacan de quicio el cinismo, el doble discurso y la hipocresía en general, no solamente la de los políticos -que es la que más pega-, sino la de la sociedad. Me dan mucha rabia los prejuicios y las etiquetas; que la gente todavía tenga que explicar su vida sexual y dar examen de honorabilidad de acuerdo con lo que hace en la cama. Que se escuchen conversaciones telefónicas con el pretexto de esclarecer una causa judicial y se divulguen los entretelones sexuales de gente famosa. Eso no es libertad de expresión, es meterse en la vida privada de los demás.

-Con esta televisión "samantizada ", ¿volvería a hacer un programa como el de los pingüinos?

-Probablemente, si la oferta y la posibilidad son buenas. En la televisión todavía no está todo tan "samantizado": hay programas como el de Magdalena Ruiz Guiñazú y Joaquín Morales Solá o el de Mirtha Legrand. Mariano Grondona hace lo suyo, que puede estar también un poco "samantizado", porque la realidad también golpea la puerta, pero en general trata los temas con cierta mesura. Lo que uno hace o deja de hacer en la televisión depende de uno.

-¿Cuál fue su fracaso más estrepitoso?

-Por suerte el fracaso no me castigó mucho. En el teatro independiente, en el 67, una vez hicimos muy mal El Mercader de venecia, de Shakespeare. Fue la única vez que Héctor Alterio estuvo mal pero no tenía la culpa él, no sé qué pasó. Nos tiraron con piedras.

-¿Críticas o piedras reales?

--Críticas. No nos llegaron a tirar piedras porque el espectáculo duró nada más que veinte días. Había como una mufa: se caían las cosas, no corría bien el telón y todo salía mal.

-¿Y el papelón más grande que hizo sobre un escenario?

-Grave, ninguno. Nunca me hice encima ni se me cayeron los pantalones ni llegué tarde a escena. Nunca me olvidé demasiado la letra, y si me la olvidé, salí como pude.

Texto: Jorge Carlos Fritzsche


Imprimir | la reproducción de las notas solo se hace a modo ilustrativo. Los derechos de la mismas pertenecen a la revista Nueva | Publicado el domingo 11 - 05 - 1997