Refugiados

Sin patria y sin hogar

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Casi sesenta millones de seres humanos son desarraigados. La guerra, la persecución, el hambre y otras calamidades los han expulsado de sus terruños y, en ocasiones, los han obligado a huir a otros países. Por suerte no están solos: entre las distintas organizaciones humanitarias que se ocupan de socorrerlos, se destaca el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Están repartidos en distintos rincones del mundo, pero la melancólica expresión de sus caras es la misma. Ante la cámara de los reporteros muchos esbozan una sonrisa que busca disimular su angustia. Algunos sostienen la esperanza contra viento y marea. Otros caen en la resignación. Son refugiados… La guerra, la persecución, el hambre y otras calamidades los han expulsado de sus países y aguardan, en tierras extranjeras, la hora de volver. A veces parece que ese momento nunca llegará.

Entre 1975 y 1996 su número creció diez veces: pasó de casi dos millones y medio a veintisiete millones. La mayoría son niños, adolescentes y mujeres. Si a ellos les sumamos los treinta millones de desplazados internos, que fueron obligados a huir de sus hogares pero no cruzaron fronteras internacionales, casi sesenta millones de seres humanos (uno por cada ciento quince habitantes de la Tierra) son desarraigados. 

Una mano amiga

Por suerte no están solos. Entre las organizaciones humanitarias que se ocupan de socorrerlos se encuentra el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). El organismo, con sede en Ginebra, fue creado en 1951, tiene más de ciento cincuenta oficinas y cinco mil funcionarios distribuidos en todo el mundo. Ganador de dos premios Nobel de la Paz (1954 y 1981) por su tarea humanitaria, protege a los refugiados y procura buscar soluciones duraderas a sus problemas. Entre sus propósitos figura que ninguno de ellos sea devuelto a un país donde tenga razones para temer persecución (recuadro).

Aunque se cree que "refugiados" y "campo de refugiados" son sinónimos, el ACNUR prefiere, en lo posible, que la gente obligada a escapar a otro país pueda trabajar mano a mano con la población local hasta el momento de regresar a su hogar. Sin embargo, cuando el éxodo alcanza proporciones gigantescas, no hay más remedio que instalar campos. El de Hartisheik, por ejemplo, está ubicado en Etiopía. Sus primeros habitantes llegaron de la vecina Somalia en 1988, cuando empezó la rebelión contra el régimen de Siad Barre. Tres años después, tras una sanguinaria guerra civil, cayó el gobierno y el hambre arrasó el país. Cerca de un millón de somalíes abandonaron su patria: seiscientos mil se establecieron en Etiopía y, de éstos, doscientos veinte mil se cobijaron en Hartisheik. Hoy en ese lugar sólo viven sesenta mil personas, cuya situación es desesperante. "La gente muere como moscas -recuerda Ali Gulaid, un estadounidense-somalí de Texas, que fue a Hartisheik a buscar a sus padres-. Fue lo más deprimente que vi en mi vida." Aunque todavía no se estabilizaron totalmente las condiciones políticas en Somalia, la crisis perdió su carácter de emergencia y, como suele suceder, el interés mundial se trasladó a otros escenarios de tragedia. En consecuencia, las donaciones para Hartisheik y otros campos de refugiados somalíes en Etiopía oriental decrecieron muchísimo. El ACNUR ni siquiera ha podido renovar las lonas plásticas, distribuidas hace casi diez años, que cubren las chozas de ramas de los refugiados. 

Un problema fundamental en Hartisheik y otras regiones áridas es la falta de agua. La ración individual en algunos campos es de unos cinco litros diarios, muy lejos de los veinte propuestos por la Organización de las Naciones Unidas, que emplea a ingenieros hidráulicos para poder asegurar el suministro. Cuando la excavación de pozos no da resultado, la única alternativa es transportar el agua en camiones desde la fuente más cercana. Las raciones de alimentos, en tiempos normales, se distribuyen cada dos semanas y constan de una comida diaria de 1.835 calorías. La composición y el volumen de cada ración varían con el país, según los hábitos alimentarios y el estado de salud de los receptores. En Etiopía, por ejemplo, los refugiados somalíes reciben 500 gramos de grano de trigo (o sorgo), 25 gramos de aceite, 20 gramos de azúcar, 5 gramos de sal y 30 gramos de alimentos mezclados, normalmente maíz y soja. Los menores de cinco años, las mujeres embarazadas y en período de lactancia reciben raciones semanales extra de alimentos combinados y bizcochos de alto contenido proteico. 

Éxodo trágico

La mayor operación humanitaria en curso del ACNUR es la que se lleva a cabo en la zona de los Grandes Lagos, en África central, que involucra a Ruanda, el Zaire (ahora República Democrática del Congo), Burundi, Uganda y Tanzania. Se trata de una misión esforzada y riesgosa. Así lo prueba lo sucedido hace unos meses en la frontera entre Ruanda y Burundi, una angosta franja de tierra donde se habían concentrado, desde 1994, más de dos millones de refugiados, en su mayoría ruandeses que habían huido hacia el Zaire escapando de la guerra civil entre tutsis y hutus que ya se ha cobrado más de un millón de vidas (Nueva 165). Este desplazamiento -el más grande y rápido nunca antes visto- desbordó la capacidad de respuesta del ACNUR. En noviembre pasado, la mitad de los refugiados perdieron contacto con el organismo de las Naciones Unidas, cuyo personal fue obligado a dejar la región por los tutsis y tropas zairenses. Hasta entonces la institución los proveía de medicinas, raciones de comida y bebida. Al quedar aislados del ACNUR y después de deambular sin rumbo fijo por Goma (noroeste del Zaire) chupando raíces para calmar su sed, la mayor parte de los ruandeses optó por regresar a su país.

El resto -unas quinientas mil personas- huyó hacia el interior del Zaire, cuando sus campamentos fueron arrasados por los combates étnicos. El éxodo fue trágico: más de diez mil habrían muerto diezmados por las enfermedades, la desnutrición y las balas. Las mujeres fueron forzadas a abandonar a sus hijos pequeños en los caminos, y Naciones Unidas calcula que unos ochenta mil deben de haber muerto. Finalmente, ante la falta de instalaciones sanitarias, los desplazados empezaron a tomar agua contaminada de los lagos de la región, con la consecuente secuela de cólera. El regreso tampoco era aconsejable para muchos de ellos. "Cuando vuelven a sus pueblos en las colinas -comenta un observador- y se encuentran lejos de la mirada de la comunidad internacional y de los medios de comunicación, los tutsis los asesinan." A pesar de todo, en los últimos seis meses setecientos cincuenta mil ruandeses volvieron desde Tanzania y el Zaire: cien refugiados siguen ingresando por día en Ruanda provenientes de ese país y 70 por ciento ya han sido reasentados en sus comunas de origen. Sin embargo, todavía quedan trescientos mil hutus perdidos en los bosques del este del Zaire. 

Para que puedan recomenzar su vida y sus actividades económicas desde cero, el ACNUR destina una parte sustancial del dinero de los donantes -115 millones de dólares, alrededor de un décimo de su presupuesto total para 1997- a la realización de proyectos de reinserción en Ruanda, que comprenden reconversión laboral, construcción de viviendas, provisión de equipos para cultivo y semillas. 

Más de quinientos mil niños de todo el mundo se benefician de sus programas para escuelas primarias y secundarias. Mediante el proyecto "Paquetes para la Paz", lanzado conjuntamente por el ACNUR y la Asociación Mundial de Guías Scouts (recuadro), se confeccionaron más de doscientos cincuenta mil paquetes en unos cuarenta países, con la ayuda de más de un millón setecientos mil scouts. Alumnos de escuelas primarias de Ruanda, por ejemplo, recibieron 8.400 envíos que contenían útiles, un juguete y una nota firmada por un niño scout.

El éxodo ruandés le dio a Zaire el desafortunado privilegio de contar con el mayor campamento de refugiados del mundo: Mugunga, que tiene más de cuatrocientas veinte mil personas hacinadas sobre una superficie de 575 hectáreas de roca volcánica. Hasta ese momento los campamentos de Irán eran considerados los más grandes del planeta, con trescientos mil habitantes cada uno: daban asilo, entre todos, a más de un millón y medio de personas provenientes de Irak y Afganistán. Los 2.740.000 desplazados de este último país lo ubican al tope de la lista de naciones que últimamente generaron mayor número de refugiados. 

Las operaciones de repatriación del ACNUR son múltiples: desde Chechenia hasta los Balcanes pasando por Mali y Togo (África), Mianma (ex Birmania) y Sri Lanka (Asia) o Guatemala. Cuarenta mil desplazados de ese país centroamericano dudan si valdrá la pena concluir quince años de apacible estadía en Campeche y Quintana Roo (México) para volver a su terruño, devastado por una prolongada guerra civil. 

A lo largo y ancho del planeta, el drama es siempre el mismo. Sadako Ogata, alta comisionada de las Naciones Unidas para los Refugiados, no pudo definirlo mejor: "La cuestión de los refugiados es, ante todo, una cuestión de humanidad y de la Humanidad" •

Todos juntos ahora

Entre 1990 y 1995, el ACNUR coordinó operaciones de repatriación que involucraron a más de nueve millones de personas en todo el mundo y durante 1996 llevó a cabo casi veintinueve mil reasentamientos. En su tarea es ayudado por los gobiernos y más de mil organizaciones no gubernamentales (ONGs). Entre ellas figuran el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), UNICEF, Médicos del Mundo, World Food Program (WFP), la Asociación Mundial de Guías Scouts, Save the Children (Reino Unido), Action contre la Faim (Francia), Concern (Irlanda) y la argentina Médicos en Catástrofe, socia operativa del ACNUR en Ruanda y el ex Zaire.

ACNUR en la Argentina

El 15 de noviembre de 1961 la Argentina ratificó los dos instrumentos jurídicos que conforman el Derecho Internacional de los Refugiados: la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados y el Protocolo Adicional de 1967. En 1965 nuestro país fue designado por el ACNUR como sede de la Representación Regional para toda América latina. Su oficina en Buenos Aires (que tiene competencia para la Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay) otorga protección internacional en la Argentina a unas doce mil personas. Además, lleva adelante proyectos de integración local con refugiados de más de veinte nacionalidades (rumanos, liberianos, laosianos, peruanos y cubanos, entre otros). En la década del 70, debido a la interrupción de los procesos democráticos en América latina, amparó a más de treinta mil chilenos, brasileños, bolivianos y uruguayos que llegaron a nuestra tierra en busca de asilo. En los años 80, con la vuelta a la democracia en aquellos países, comenzó su repatriación. El ACNUR fue acompañado en esa tarea por la Coordinadora de Acción Social, integrada por la Comisión Católica Argentina de Migraciones (CCAM), la Fundación Tolstoi, la Comisión Argentina para los Refugiados del Consejo Mundial de Iglesias (CAREF), el Comité Ecuménico de Acción Social de Mendoza (CEAS), la Asociación de Protección al Refugiado (APR), la Coordinadora de Acción Social de Neuquén y otras organizaciones no gubernamentales dedicadas a la protección y promoción de los derechos humanos. 

Texto: Jorge Carlos Fritzsche


Imprimir | la reproducción de las notas solo se hace a modo ilustrativo. Los derechos de la mismas pertenecen a la revista Nueva | Publicado el domingo 26 - 06  - 1997