Tiburones

Los malos de la película

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No es necesario viajar al exterior. En el Mar Argentino es temporada para su caza deportiva. El problema es que poca gente usa anzuelos chicos y los devuelve al mar, como corresponde. Por eso muchas especies de escualos están en peligro de extinción.

"Su decisión había sido permanecer en aguas profundas y tenebrosas, lejos de todas las trampas, cebos y traiciones. Mi decisión fue ir a buscarlo, más allá de toda la gente. Ahora estamos solos el uno para el otro...” La frase, que Ernest Hemingway puso en boca de Santiago en su novela El viejo y el mar, resume mejor que ninguna lo que significa la pesca mayor cuando en las aguas del Mar Argentino está a pleno la temporada de captura deportiva del tiburón, el animal marino más temido e incomprendido."

Por el cine catástrofe, que magnificó su dieta rica en nadadores desprevenidos, los tiburones asustan y ejercen fascinación en el imaginario colectivo, propenso a fábulas y leyendas. Lo cierto es que entre las más de 350 especies de tiburones que hay en el mundo, apenas una docena representa un verdadero peligro para el hombre. Pero pocos lo saben.

Hazte fama

El tiburón al acecho en aguas cálidas es más mito que realidad. Los que atacan a un ser humano lo hacen si se sienten amenazados o lo ven como potencial alimento. Vale aclarar: no son agresivos, pero tampoco inocentes, y hay que respetarlos en su carácter de depredadores superiores y temer sus mordeduras. Claro, siempre habrá que tener cuidados como el de no bañarse en aguas en las que abundan tortugas marinas, dieta preferida del tiburón tigre, o cerca de colonias de focas y leones marinos, platos predilectos de los blancos.

En Australia, el país con mayor cantidad de escualos en sus aguas, fueron atacados más de cien nadadores en los últimos 45 años. En Hawai, zona en la que sus ataques tienden a ser más numerosos que en otros lugares, de las 7.206 víctimas fatales de 1996 ninguna murió por ataques de tiburón, aunque se registraron dos embestidas no fatales. En la Argentina, salvo el caso de un tiburón blanco que mutiló a un joven en aguas de la atlántica Miramar en 1954, no se conocen acometidas. Según el Archivo Internacional de Ataques de Tiburones, entre 1990 y 1996, los marrajos atacaron a 344 personas en todo el mundo y mataron a 44, un promedio de 6 hombres al año.

“Los seres humanos matan doce millones de tiburones cada año frente a los 6 humanos que perecen anualmente en las fauces de los selacios –argumenta el biólogo Leighton Taylor en su libro Tiburones y rayas–. Si esto fuera una competencia deportiva, los tiburones perderían estrepitosamente. El problema es que también nosotros perdemos al amenazar la supervivencia de las poblaciones de unos predadores esenciales.”

Monstruos oceánicos

Aunque dentro de un tiburón ballena llegaron a encontrarse botas, zapatos, abrigos y hasta una chapa de automóvil, esta especie está lejos de ser la estúpida máquina devoradora que ha construido el estereotipo popular. Sus cerebros son grandes y poseen sistemas sensoriales muy desarrollados –el olfato, el sentido de la vibración y la vista, en menor medida– capaces de detectar las ondas irregulares generadas por la presencia de un pez herido, un hombre asustado que nada desesperadamente o aun la menstruación de una mujer que se zambulle en el océano. Su oído tampoco es para despreciar. Atraídos por el impacto, los marrajos son los primeros en llegar cuando un avión cae al mar o un barco naufraga. Nadie sabe cuáles son los sonidos que llaman su atención, pero para reducir el peligro de ataques a víctimas que esperan un rescate se probó toda clase de repelentes químicos hechos a base de combinaciones de cobre y acetato de amonio. Fueron un fracaso. En aguas plagadas de tiburones como las de Australia y Sudáfrica, para proteger a los bañistas las redes siguen siendo la mejor barrera para separar a unos de otros.

Marche un “buunhdhaar”

¿Quién es más cruel: el tiburón que confunde a una tortuga verde con un ser humano sobre su tabla de surf o el hombre que, por el negocio de las aletas, lo devuelve al mar después de habérselas arrancado? Los exportadores de aletas cazan el animal vivo, se las cortan a machetazos y devuelven el tiburón al agua, donde muere desangrado. La masacre no es casual: un plato de sopa de aleta de tiburón se vende a 150 dólares en los restaurantes más exclusivos de Beijing y Shangai. Por considerarla afrodisíaca, la sopa de aleta de tiburón es en China un manjar exquisito desde hace más de 2.000 años.

En la pesquería del tiburón nada se pierde. Los pescadores dicen que su carne, sin espinas y de sabor suave, es muy parecida a la del lomito de atún; que el aceite de su hígado es una fuente inestimable de vitamina A y que sus mandíbulas representan un verdadero tesoro para los coleccionistas. La piel seca, pero no curtida, es la mejor de las lijas y un material noble para un hábil artesano. En algunos lugares los tiburones todavía se convierten en fertilizantes y en harina de pescado para la alimentación de animales domésticos y siguen siendo la base del buunhdhaar, un plato típico de los aborígenes australianos en el que hígado y carne de tiburón y raya se hierven por separado y luego, desmenuzados, se sirven juntos.

Así como se cree que el extracto de cartílago sirve como suplemento dietético o para evitar el desarrollo de tumores cancerígenos, las córneas de tiburón se empezaron a trasplantar a seres humanos con buenos resultados en los Estados Unidos.

Los dientes del tiburón vaca (Notorynchus cepedianus) que los maoríes de Nueva Zelanda antes usaban para hacer armas de guerra, hoy se emplean en joyería para confeccionar pendientes.

El que se cansa, pierde

El zumbido de la chicharra y el grito del pescador son señales inequívocas: un tiburón mordió el anzuelo. Debe de haber engullido de un solo bocado la lisa o el calamar encarnado. La caña se arquea hasta el punto de quebrarse, pero hay que tensar el sedal y mantenerlo tirante para evitar que su piel abrasiva, las aletas punzantes o su boca, con dientes filosos como estiletes, provoquen un corte no deseado. “Más allá de todo el mundo, ahora están solos el uno para el otro”, como quiso Hemingway. Una sola cosa es segura: el que se cansa primero pierde. A fin de evitarlo, hay que tener a mano el arnés para fijar la caña contra el cuerpo y estar preparado físicamente para aguantar una pelea que puede durar entre 40 y 90 minutos. El tiburón viene barriendo de costado y está dispuesto a dar una batalla que termina cuando, exánime, puede ser izado a bordo.

“No has matado el pez únicamente para vivir y vender para comer –escribió Hemingway–. Lo mataste por orgullo y porque eres pescador. Lo amabas cuando estaba vivo y lo amabas después. Si lo amas, no es pecado matarlo. ¿O será pecado?”

El negro futuro del blanco

La novela Jaws de Peter Benchey, que Steven Spielberg llevó al cine, demonizó al tiburón blanco. Acentuó su persecución y lo ubicó en el primer lugar entre las especies más amenazadas. ¿El motivo? Sus dientes y mandíbulas constituyen un pingüe negocio internacional. Por un par de mandíbulas de un blanco adulto en Sudáfrica se llegó a pagar 50.000 dólares. Además trajo otros problemas: su sobrepesca multiplicó la existencia de pulpos y contribuyó a que las langostas desaparezcan progresivamente de los mares costeros de Australia y Tasmania. Hasta ahora sólo cuatro países han puesto en marcha algún tipo de control para evitar la desaparición del tiburón: los Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Canadá. Los Estados Unidos publicaron un plan destinado a proteger 39 especies de tiburones y algunas como el tiburón blanco (Carcharodon carcharias) que, para colmo, tiene muy pocas crías durante su vida.

Escualos bahienses

La ría de Bahía Blanca y su caprichoso laberinto de canales son el mejor hábitat para la reproducción de distintas especies de tiburones desde la primavera hasta mediados del otoño. ¿Por qué? Los escualos se sienten atraídos por la intensa actividad de las mareas, que hacen entrar y salir el agua de la ría cada seis horas dos veces por día. La bajante siembra el lecho de abundantes camarones, langostinos y cangrejos con los que se llenan la panza.

Salvo las rías principales, que siempre tienen cierto caudal, el resto no pasan de ser profundas canaletas con un hilo de agua de mar, donde se facilita la pelea del pescador deportivo. A 70 kilómetros al sur de Bahía Blanca, a 20 minutos por avioneta y a 3 horas de navegación por ese meandro en el que la posibilidad de varar es permanente si se desconoce la zona, está la isla Ariadna (www.islaariadna.com.ar): un tesoro de naturaleza virgen bañado por las aguas más cálidas del país, paraíso para los pescadores de tiburones.

El ex tenista internacional Alberto Mancini y el abogado Ricardo Cantarelli –ambos de Bahía Blanca– lideran al grupo de amantes del turismo aventura que llegaron a la Ariadna por un enigmático aviso clasificado que decía: “Transfiero isla”. Nunca más se fueron. Ubicada en la Reserva Natural Provincial de Usos Múltiples Bahía Blanca, Bahía Falsa y Bahía Verde (casi 200 mil hectáreas de canales, bancos, islas, playas de arena y cangrejales), la isla tiene 1.200 agrestes hectáreas donde se llevan grupos limitados para hacer todo lo que Robinson Crusoe hubiera imaginado. Pero el plato fuerte es la pesca del tiburón. Siempre fomentando la devolución al mar, Cantarelli cuenta haber escuchado historias de escalandrunes de 180 kilos a las que no da demasiado crédito, pero sí asegura haber visto uno de no más de 150.

Enio Redondo, encargado de la XVII edición del Safari del Tiburón, que se realizó en noviembre, y blanco de todas las organizaciones ambientalistas, explica que se premia la pesca de no más de dos presas, siempre y cuando midan más de 1,20 metro: “Se usan anzuelos chicos para lastimar lo menos posible y se alienta la devolución al mar de las especies más chicas”, comenta, aunque sabe que es difícil supervisar qué pasa en cada uno de los botes. 

Texto: Jorge Carlos Fritzsche


Imprimir | la reproducción de las notas solo se hace a modo ilustrativo. Los derechos de la mismas pertenecen a la revista Nueva | Publicado el domingo 11 - 03  - 2001